Cuando la luz se apagaba pensó que era el momento de irse a dormir. De que los sueños, latentes su inquieto interior, dieran rienda suelta a su contenido como cometas que vuelan al viento, sin preocuparse de cuando, éste, dejará de soplar. Pero no fue así, la oscuridad se apoderó de todo y sólo un leve resplandor al fondo la hizo sentir que aún seguía viva. Aquello lo había sentido, vivido o soñado alguna vez, como aquellos fallos de la memoria de “Abre los Ojos”. Se sentía encerrada en la película de la que ella misma era la guionista y directora. Sólo que ahora la fuerza no la controlaba ella sino que venía desde aquella misteriosa luminosidad. Apreciaba como la llamaba, la absorbía y desplazaba. Esta claridad con vida propia que refulgía al fondo del túnel oscuro, negro, frío y húmedo la aportaba una esperanza de encontrarse mejor. Desde allí unas voces le gritaban para que acudiera veloz a encontrarse con ellas. Y corrió hacia allí. Y sonó un quejido. Entonces comprendió que el corredor no tenía fin, al menos no un fin distinto del de su propia existencia. Intentó retroceder, correr en sentido inverso por la galería. Se tropezó, mojó su cara con la fría agua del suelo, pataleó, lloró y hasta se desgañito pidiendo que la sacaran de allí.

Era tarde, la luz ya no estaba al final sino que la envolvía. El lamento cesó. Cegada por la claridad cerró sus párpados e inerte se dejó ir…