Me gusta la gente que llora. Vamos a ver, me explico. No la gente ñoña que llora sin más; sino aquell@s que por alegría o pena dejan aflorar de sus ojos las saladas gotas. Las personas que lloran son buena gente, seguro, porque purgan sus sentimientos y se descargan de pesares. La tormenta que siempre precede a la calma, tranquilidad del alma y relajo de los sentidos. Estoy convencida de que llorar es bueno, sano y hasta higiénico. Un catalizador de las penas y escape sin silenciador de alegrías. Cuando alguien te llama llorando es que confía en ti más que en nadie, cuando un amigo llora delante tuya, lo hace porque sabe que estás ahí, porque sabe que sólo tú lo entenderás. Es algo tan personal que se hace por y para lo que de algún modo es nuestro, o lo fue. Así pues, expresiones del tipo "aquí se viene llorado de casa", las aborrezco por inhumanas e insensibles. Hay formas mejores de expresar la incomodidad por las lágrimas del o la otr@; semejante frase, cómo si se tratara de algo controlable, medible y calculable, una función más del organismo que debiera ser regulada como el comer o el dormir.
¡Me niego!. Llorar, reír ¿qué más da?. Pero en cambio, la segunda de estas dos está muy bien vista, todo el mundo quiere reír y ver reír. Prefiero dos lágrimas sinceras que mil risas vacías. Además, probablemente las cosas más importantes no se digan con una sonrisa entre los labios, sino con lágrimas en los ojos.
No intento que ustedes lloren, pero si es su deseo háganlo. No duden, háganlo. Da igual quién mire, quién esté alrededor, solo lloren y siéntanse vivos. Saquen de dentro todo y expúlsenlo fuera, púrgense, sanen e higienicensen.Respiren hondo. Ahora ya están preparad@s para seguir hacia delante. Continuemos.